Había dedicado su vida entera al cuidado de los hijos, a tener la casa impecable y a estar pendiente de las cosas y gustos de su marido. Por eso cuando los chicos de independizaron y él, varios años atrás, decidió “cambiarla” por una chica más joven, su mundo se vino abajo. De repente se encontró sola y perdida.
Encontró, no sin esfuerzo, trabajo en aquel bar, donde hacía de todo, limpiar, cocinar, poner cañas…, pero a sus años y sin experiencia laboral, fue una bendición del cielo.
Aquel trabajo la mantenía ocupada todo el día, sus pobres piernas varicosas, se resentían, pero su cerebro al menos se mantenía ocupado y le permitía vivir dignamente. Sus noches eran largas y tristes.
Encontró, no sin esfuerzo, trabajo en aquel bar, donde hacía de todo, limpiar, cocinar, poner cañas…, pero a sus años y sin experiencia laboral, fue una bendición del cielo.
Aquel trabajo la mantenía ocupada todo el día, sus pobres piernas varicosas, se resentían, pero su cerebro al menos se mantenía ocupado y le permitía vivir dignamente. Sus noches eran largas y tristes.
Él se acababa de jubilar hacía unas semanas. De repente se encontraba en casa, sin nada que hacer, viendo pasar las largas horas del reloj.
Toda la vida se había dedicado a su profesión, la ambición laboral no le había dejado tiempo al principio para pensar en buscar una compañera y cuando por primera vez se lo planteó, descubrió que se había plantado en una edad difícil, se había adaptado a sus manías, a su soledad, a su manera de vivir, y lo volvió a borrar de la cabeza para seguir trabajando.
Ahora se encontraba solo en casa al borde de la depresión, sin ganas de hacer nada porque nada tenía que hacer.
Recordó que en la esquina de casa había un bar con un cartel, “café con churros” y decidió que no merecería la pena poner la cafetera.
“Por favor señorita”… ella se giró, y sus ojos cansados, se cruzaron por primera vez.
Fotografía de: Elia Fuentes (Seixo)
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