Al principio, una hora se te hace una eternidad.
Empiezas echándole de menos cuando su ausencia se convierte en un día.
Después te vas acostumbrando a que su presencia sea pasajera, le añoras.
Poco a poco te acostumbras a su no-estar.
Y llega el día en que, tan acostumbrada estás ya a no verle, que no le echas de menos.
Te asombras por ello pero, le descartas de tu mente de forma, en principio pasajera.
Para después, convertirle en un bello recuerdo.
Moraleja: ojos que no ven, corazón que no siente (qué sabio es el refranero).
Empiezas echándole de menos cuando su ausencia se convierte en un día.
Después te vas acostumbrando a que su presencia sea pasajera, le añoras.
Poco a poco te acostumbras a su no-estar.
Y llega el día en que, tan acostumbrada estás ya a no verle, que no le echas de menos.
Te asombras por ello pero, le descartas de tu mente de forma, en principio pasajera.
Para después, convertirle en un bello recuerdo.
Moraleja: ojos que no ven, corazón que no siente (qué sabio es el refranero).
3 comentarios:
El texto me encanta, ya te lo dije cuando lo comentamos la primera vez y el Igor, es un poco mi debilidad porque une a la escultura clásica un tratamiento o concepción totalmente de ahora.
Pero..., a veces, algunas veces, a la rutina o a la costumbre hay que sumarle la voluntad de...
jjajajajaja.
Como siempre pensamintos d elo mas profundos y acertados.
No dejes nunca de compartirlos.
Gracias.
Alex
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